“La revolución se hace
a través del hombre, pero el hombre tiene que forjar día a día su espíritu
revolucionario” Che Guevara
En “El socialismo y el hombre en Cuba”, el Che define
premisas esenciales para comprender el papel de hombres y mujeres en los
procesos revolucionarios, y la necesidad de formar, o crear un hombre nuevo, una
síntesis de su pensamiento en el proceso revolucionario que se vivía en Cuba.
Además de las transformaciones objetivas no podía obviarse
el cambio que debía operarse en el hombre como actor principal de ese proceso y
para ello había que luchar por una nueva actitud, una nueva moral, porque, como
bien advirtiera el Che, de nada vale medios de producción al servicio y acordes
a las necesidades de la nueva sociedad, si no somos capaces de crear hombres
nuevos que respondan a esos nuevos tiempos.
Desde allí el
esfuerzo extraordinario de la revolución por crear hombres a la altura de ese
proceso, elevando el nivel educacional y cultural y espiritual de los
individuos y la gran masa del pueblo, generando que ese conocimiento sea
consecuente con el esfuerzo de la sociedad en su conjunto, acompañado de una
alta conciencia para comprender momentos difíciles, de retrocesos, sacrificios,
errores, dudas e incomprensiones, para que a la larga salgan fortalecidos por
el sentido ético, moral y de responsabilidad, en la comprensión de lo que el
proyecto histórico nos exige y espera de nuestra entrega.
De ese modo, el hombre se convierte en el centro mismo de
los objetivos y preocupaciones de la nueva sociedad, haciendo que esta se
convierta en “una gran escuela”, que proporcione los mecanismos idóneos, para
establecer una perfecta armonía entre el proceso educativo y la autoeducación,
pilares del desarrollo tecnológico requerido en la construcción revolucionaria
de la nueva sociedad en los paises subdesarrollados. Es así como se logran entender los
mecanismos necesarios para hacer avanzar la sociedad en su conjunto: los
estímulos morales y la nueva concepción del trabajo; la nueva conciencia y la
conjunción con los nuevos valores que dan paso a una ética capaz de impulsar
los cambios necesarios donde primen las nuevas relaciones de solidaridad y
entrega.
El socialismo y el hombre en Cuba
(1965)
Estimado compañero*:
Acabo estas notas en viaje por África, animado del deseo
de cumplir, aunque tardíamente, mi promesa. Quisiera hacerlo tratando el tema
del título. Creo que pudiera ser interesante para los lectores uruguayos.
Es común escuchar de boca de los voceros capitalistas,
como un argumento en la lucha ideológica contra el socialismo, la afirmación de
que este sistema social o el período de construcción del socialismo al que
estamos nosotros abocados, se caracteriza por la abolición del individuo en
aras del Estado. No pretenderé refutar esta afirmación sobre una base meramente
teórica, sino establecer los hechos tal cual se viven en Cuba y agregar
comentarios de índole general. Primero esbozaré a grandes rasgos la historia de
nuestra lucha revolucionaria antes y después de la toma del poder.
Como es sabido, la fecha precisa en que se iniciaron las
acciones revolucionarias que culminaron el primero de enero de 1959, fue el 26
de julio de 1953. Un grupo de hombres dirigidos por Fidel Castro atacó la
madrugada de ese día el cuartel Moncada, en la provincia de Oriente. El ataque
fue un fracaso, el fracaso se transformó en desastre y los sobrevivientes
fueron a parar a la cárcel, para reiniciar, luego de ser amnistiados, la lucha
revolucionaria.
Durante este proceso, en el cual solamente existían
gérmenes de socialismo, el hombre era un factor fundamental. En él se confiaba,
individualizado, específico, con nombre y apellido, y de su capacidad de acción
dependía el triunfo o el fracaso del hecho encomendado.
Llego la etapa de la lucha guerrillera. Esta se
desarrolló en dos ambientes distintos: el pueblo, masa todavía dormida a quien
había que movilizar y su vanguardia, la guerrilla, motor impulsor de la
movilización, generador de conciencia revolucionaria y de entusiasmo combativo.
Fue esta vanguardia el agente catalizador, el que creó las condiciones
subjetivas necesarias para la victoria. También en ella, en el marco del
proceso de proletarización de nuestro pensamiento, de la revolución que se
operaba en nuestros hábitos, en nuestras mentes, el individuo fue el factor
fundamental. Cada uno de los combatientes de la Sierra Maestra que alcanzara
algún grado superior en las fuerzas revolucionarias, tiene una historia de
hechos notables en su haber. En base a estos lograba sus grados.
Fue la primera época heroica, en la cual se disputaban
por lograr un cargo de mayor responsabilidad, de mayor peligro, sin otra
satisfacción que el cumplimiento del deber. En nuestro trabajo de educación
revolucionaria, volvemos a menudo sobre este tema aleccionador. En la actitud
de nuestros combatientes se vislumbra al hombre del futuro.
En otras oportunidades de nuestra historia se repitió el
hecho de la entrega total a la causa revolucionaria. Durante la Crisis de
Octubre o en los días del ciclón Flora, vimos actos de valor y sacrificio
excepcionales realizados por todo un pueblo. Encontrar la fórmula para
perpetuar en la vida cotidiana esa actitud heroica, es una de nuestras tareas
fundamentales desde el punto de vista ideológico.
En enero de 1959 se estableció el gobierno revolucionario
con la participación en él de varios miembros de la burguesía entreguista. La
presencia del Ejército Rebelde constituía la garantía de poder, como factor
fundamental de fuerza.
Se produjeron enseguida contradicciones seria, resueltas,
en primera instancia, en febrero del 59, cuando Fidel Castro asumió la jefatura
de gobierno con el cargo de primer ministro. Culminaba el proceso en julio del
mismo año, al renunciar el presidente Urrutia ante la presión de las masas.
Aparecía en la historia de la Revolución Cubana, ahora
con caracteres nítidos, un personaje que se repetirá sistemáticamente: la masa.
Este ente multifacético no es, como se pretende, la suma
de elementos de la misma categoría (reducidos a la misma categoría, además, por
el sistema impuesto), que actúa como un manso rebaño. Es verdad que sigue sin
vacilar a sus dirigentes, fundamentalmente a Fidel Castro, pero el grado en que
él ha ganado esa confianza responde precisamente a la interpretación cabal de
los deseos del pueblo, de sus aspiraciones, y a la lucha sincera por el
cumplimiento de las promesas hechas.
La masa participó en la reforma agraria y en el difícil
empeño de la administración de las empresas estatales; pasó por la experiencia
heroica de Playa Girón; se forjó en las luchas contra las distintas bandas de
bandidos armadas por la CIA; vivió una de las definiciones más importantes de
los tiempos modernos en la Crisis de Octubre y sigue hoy trabajando en la
construcción del socialismo.
Vistas las cosas desde un punto de vista superficial,
pudiera parecer que tienen razón aquellos que hablan de supeditación del
individuo al Estado, la masa realiza con entusiasmo y disciplina sin iguales
las tareas que el gobierno fija, ya sean de índole económica, cultural, de
defensa, deportiva, etcétera. La iniciativa parte en general de Fidel o del
alto mando de la revolución y es explicada al pueblo que la toma como suya.
Otras veces, experiencias locales se toman por el partido y el gobierno para hacerlas
generales, siguiendo el mismo procedimiento.
Sin embargo, el Estado se equivoca a veces. Cuando una de
esas equivocaciones se produce, se nota una disminución del entusiasmo
colectivo por efectos de una disminución cuantitativa de cada uno de los elementos
que la forman, y el trabajo se paraliza hasta quedar reducido a magnitudes
insignificantes; es el instante de rectificar. Así sucedió en marzo de 1962
ante una política sectaria impuesta al partido por Aníbal Escalante.
Es evidente que el mecanismo no basta para asegurar una
sucesión de medidas sensatas y que falta una conexión más estructurada con las
masas. Debemos mejorarla durante el curso de los próximos años pero, en el caso
de las iniciativas surgidas de estratos superiores del gobierno utilizamos por
ahora el método casi intuitivo de auscultar las reacciones generales frente a
los problemas planteados.
Maestro en ello es Fidel, cuyo particular modo de
integración con el pueblo solo puede apreciarse viéndolo actuar. En las grandes
concentraciones públicas se observa algo así como el diálogo de dos diapasones
cuyas vibraciones provocan otras nuevas en el interlocutor. Fidel y la masa
comienzan a vibrar en un diálogo de intensidad creciente hasta alcanzar el
clímax en un final abrupto, coronado por nuestro grito de lucha y victoria.
Lo difícil de entender, para quien no viva la experiencia
de la revolución, es esa estrecha unidad dialéctica existente entre el
individuo y la masa, donde ambos se interrelacionan y, a su vez, la masa, como
conjunto de individuos, se interrelaciona con los dirigentes.
En el capitalismo se pueden ver algunos fenómenos de este
tipo cuando aparecen políticos capaces de lograr la movilización popular, pero
si no se trata de un auténtico movimiento social, en cuyo caso no es plenamente
lícito hablar de capitalismo, el movimiento vivirá lo que la vida de quien lo
impulse o hasta el fin de las ilusiones populares, impuesto por el rigor de la
sociedad capitalista. En esta, el hombre está dirigido por un frío ordenamiento
que, habitualmente, escapa al dominio de la comprensión. El ejemplar humano,
enajenado, tiene un invisible cordón umbilical que le liga a la sociedad en su
conjunto: la ley del valor. Ella actúa en todos los aspectos de la vida, va
modelando su camino y su destino.
Las leyes del capitalismo, invisibles para el común de
las gentes y ciegas, actúan sobre el individuo sin que este se percate. Solo ve
la amplitud de un horizonte que aparece infinito. Así lo presenta la propaganda
capitalista que pretende extraer del caso Rockefeller —verídico o no—, una
lección sobre las posibilidades de éxito. La miseria que es necesario acumular
para que surja un ejemplo así y la suma de ruindades que conlleva una fortuna
de esa magnitud, no aparecen en el cuadro y no siempre es posible a las fuerzas
populares aclarar estos conceptos. (Cabría aquí la disquisición sobre cómo en
los países imperialistas los obreros van perdiendo su espíritu internacional de
clase al influjo de una cierta complicidad en la explotación de los países
dependientes y cómo este hecho, al mismo tiempo, lima el espíritu de lucha de
las masas en el propio país, pero ese es un tema que sale de la intención de
estas notas.)
De todos modos, se muestra el camino con escollos que
aparentemente, un individuo con las cualidades necesarias puede superar para
llegar a la meta. El premio se avizora en la lejanía; el camino es solitario.
Además, es una carrera de lobos: solamente se puede llegar sobre el fracaso de
otros.
Intentaré, ahora, definir al individuo, actor de ese
extraño y apasionante drama que es la construcción del socialismo, en su doble
existencia de ser único y miembro de la comunidad.
Creo que lo más sencillo es reconocer su cualidad de no
hecho, de producto no acabado. Las taras del pasado se trasladan al presente en
la conciencia individual y hay que hacer un trabajo continuo para erradicarlas.
El proceso es doble, por un lado actúa la sociedad con su
educación directa e indirecta, por otro, el individuo se somete a un proceso
consciente de autoeducación.
La nueva sociedad en formación tiene que competir muy
duramente con el pasado. Esto se hace sentir no solo en la conciencia
individual en la que pesan los residuos de una educación sistemáticamente
orientada al aislamiento del individuo, sino también por el carácter mismo de
este período de transición con persistencia de las relaciones mercantiles. La
mercancía es la célula económica de la sociedad capitalista; mientras exista,
sus efectos se harán sentir en la organización de la producción y, por ende, en
la conciencia.
En el esquema de Marx se concebía el período de
transición como resultado de la transformación explosiva del sistema
capitalista destrozado por sus contradicciones; en la realidad posterior se ha
visto cómo se desgajan del árbol imperialista algunos países que constituyen
ramas débiles, fenómeno previsto por Lenin. En estos, el capitalismo se ha
desarrollado lo suficiente como para hacer sentir sus efectos, de un modo u
otro, sobre el pueblo, pero no son sus propias contradicciones las que,
agotadas todas las posibilidades, hacen saltar el sistema. La lucha de
liberación contra un opresor externo, la miseria provocada por accidentes
extraños, como la guerra, cuyas consecuencias hacen recaer las clases
privilegiadas sobre los explotados, los movimientos de liberación destinados a
derrocar regímenes neocoloniales, son los factores habituales de desencadenamiento.
La acción consciente hace el resto.
En estos países no se ha producido todavía una educación
completa para el trabajo social y la riqueza dista de estar al alcance de las
masas mediante el simple proceso de apropiación. El subdesarrollo por un lado y
la habitual fuga de capitales hacia países «civilizados» por otro, hacen
imposible un cambio rápido y sin sacrificios. Resta un gran tramo a recorrer en
la construcción de la base económica y la tentación de seguir los caminos
trillados del interés material, como palanca impulsora de un desarrollo
acelerado, es muy grande.
Se corre el peligro de que los árboles impidan ver el
bosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las
armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula
económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca,
etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí tras de
recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces
y donde es difícil percibir el momento en que se equivocó la ruta. Entre tanto,
la base económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desarrollo de
la conciencia. Para construir el comunismo, simultáneamente con la base
material hay que hacer al hombre nuevo.
De allí que sea tan importante elegir correctamente el
instrumento de movilización de las masas. Este instrumento debe ser de índole
moral, fundamentalmente, sin olvidar una correcta utilización del estímulo
material, sobre todo de naturaleza social.
Como ya dije, en momentos de peligro extremo es fácil
potenciar los estímulos morales; para mantener su vigencia, es necesario el
desarrollo de una conciencia en la que los valores adquieran categorías nuevas.
La sociedad en su conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela.
Las grandes líneas del fenómeno son similares al proceso
de formación de la conciencia capitalista en su primera época. El capitalismo
recurre a la fuerza, pero, además, educa a la gente en el sistema. La
propaganda directa se realiza por los encargados de explicar la ineluctabilidad
de un régimen de clase, ya sea de origen divino o por imposición de la
naturaleza como ente mecánico. Esto aplaca a las masas que se ven oprimidas por
un mal contra el cual no es posible la lucha.
A continuación viene la esperanza, y en esto se
diferencia de los anteriores regímenes de casta que no daban salida posible.
Para algunos continuará vigente todavía la fórmula de
casta: el premio a los obedientes consiste en el arribo, después de la muerte,
a otros mundos maravillosos donde los buenos son los premiados, con lo que se
sigue la vieja tradición. Para otros, la innovación; la separación en clases es
fatal, pero los individuos pueden salir de aquella a que pertenecen mediante el
trabajo, la iniciativa, etcétera. Este proceso, y el de autoeducación para el
triunfo, deben ser profundamente hipócritas: es la demostración interesada de
que una mentira es verdad.
En nuestro caso, la educación directa adquiere una
importancia mucho mayor. La explicación es convincente porque es verdadera; no
precisa de subterfugios. Se ejerce a través del aparato educativo del Estado en
función de la cultura general, técnica e ideológica, por medio de organismos
tales como el Ministerio de Educación y el aparto de divulgación del partido.
La educación prende en las masas y la nueva actitud preconizada tiende a
convertirse en hábito; la masa la va haciendo suya y presiona a quienes no se
han educado todavía. Esta es la forma indirecta de educar a las masas, tan
poderosa como aquella otra.
Pero el proceso es consciente; el individuo recibe
continuamente el impacto del nuevo poder social y percibe que no está
completamente adecuado a él. Bajo el influjo de la presión que supone la
educación indirecta, trata de acomodarse a una situación que siente justa y
cuya propia falta de desarrollo le ha impedido hacerlo hasta ahora. Se
autoeduca.
En este período de construcción del socialismo podemos
ver el hombre nuevo que va naciendo. Su imagen no está todavía acabada; no
podría estarlo nunca ya que el proceso marcha paralelo al desarrollo de formas
económicas nuevas. Descontando aquellos cuya falta de educación los hace tender
al camino solitario, a la autosatisfacción de sus ambiciones, los hay que aun
dentro de este nuevo panorama de marcha conjunta, tienen tendencia a caminar
aislados de la masa que acompañan. Lo importante es que los hombres van
adquiriendo cada día más conciencia de la necesidad de su incorporación a la
sociedad y, al mismo tiempo, de su importancia como motores de la misma.
Ya no marchan completamente solos, por veredas
extraviadas, hacia lejanos anhelos. Siguen a su vanguardia, constituida por el
partido, por los obreros de avanzada, por los hombres de avanzada que caminan
ligados a las masas y en estrecha comunión con ellas. Las vanguardias tienen su
vista puesta en el futuro y en su recompensa, pero esta no se vislumbra como
algo individual; el premio es la nueva sociedad donde los hombres tendrán
características distintas: la sociedad del hombre comunista.
El camino es largo y lleno de dificultades. A veces, por
extraviar la ruta, hay que retroceder; otras, por caminar demasiado aprisa, nos
separamos de las masas; en ocasiones por hacerlo lentamente, sentimos el
aliento cercano de los que nos pisan los talones. En nuestra ambición de revolucionarios,
tratamos de caminar tan aprisa como sea posible, abriendo caminos, pero sabemos
que tenemos que nutrirnos de la masa y que ésta solo podrá avanzar más rápido
si la alentamos con nuestro ejemplo.
A pesar de la importancia dada a los estímulos morales,
el hecho de que exista la división en dos grupos principales (excluyendo, claro
está, a la fracción minoritaria de los que no participan, por una razón u otra
en la construcción del socialismo), indica la relativa falta de desarrollo de
la conciencia social. El grupo de vanguardia es ideológicamente más avanzado
que la masa; esta conoce los valores nuevos, pero insuficientemente. Mientras
en los primeros se produce un cambio cualitativo que le permite ir al
sacrificio en su función de avanzada, los segundos sólo ven a medias y deben
ser sometidos a estímulos y presiones de cierta intensidad; es la dictadura del
proletariado ejerciéndose no sólo sobre la clase derrotada, sino también
individualmente, sobre la clase vencedora.
Todo esto entraña, para su éxito total, la necesidad de
una serie de mecanismos, las instituciones revolucionarias. En la imagen de las
multitudes marchando hacia el futuro, encaja el concepto de
institucionalización como el de un conjunto armónico de canales, escalones, represas,
aparatos bien aceitados que permitan esa marcha, que permitan la selección
natural de los destinados a caminar en la vanguardia y que adjudiquen el premio
y el castigo a los que cumplen o atenten contra la sociedad en construcción.
Esta institucionalidad de la Revolución todavía no se ha
logrado. Buscamos algo nuevo que permita la perfecta identificación entre el
Gobierno y la comunidad en su conjunto, ajustada a las condiciones peculiares
de la construcción del socialismo y huyendo al máximo de los lugares comunes de
la democracia burguesa, trasplantados a la sociedad en formación (como las
cámaras legislativas, por ejemplo). Se han hecho algunas experiencias dedicadas
a crear paulatinamente la institucionalización de la Revolución, pero sin demasiada
prisa. El freno mayor que hemos tenido ha sido el miedo a que cualquier aspecto
formal nos separe de las masas y del individuo, nos haga perder de vista la
última y más importante ambición revolucionaria que es ver al hombre liberado
de su enajenación.
No obstante la carencia de instituciones, lo que debe
superarse gradualmente, ahora las masas hacen la historia como el conjunto
consciente de individuos que luchan por una misma causa. El hombre, en el
socialismo, a pesar de su aparente estandarización, es más completo; a pesar de
la falta del mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de expresarse y
hacerse sentir en el aparato social es infinitamente mayor.
Todavía es preciso acentuar su participación consciente,
individual y colectiva, en todos los mecanismos de dirección y de producción y
ligarla a la idea de la necesidad de la educación técnica e ideológica, de
manera que sienta cómo estos procesos son estrechamente interdependientes y sus
avances son paralelos. Así logrará la total consciencia de su ser social, lo
que equivale a su realización plena como criatura humana, rotas todas las
cadenas de la enajenación.
Esto se traducirá concretamente en la reapropiación de su
naturaleza a través del trabajo liberado y la expresión de su propia condición
humana a través de la cultura y el arte.
Para que se desarrolle en la primera, el trabajo debe
adquirir una condición nueva; la mercancía-hombre cesa de existir y se instala
un sistema que otorga una cuota por el cumplimiento del deber social. Los medios
de producción pertenecen a la sociedad y la máquina es sólo la trinchera donde
se cumple el deber. El hombre comienza a liberar su pensamiento del hecho
enojoso que suponía la necesidad de satisfacer sus necesidades animales
mediante el trabajo. Empieza a verse retratado en su obra y a comprender su
magnitud humana a través del objeto creado, del trabajo realizado. Esto ya no
entraña dejar una parte de su ser en forma de fuerza de trabajo vendida, que no
le pertenece más, sino que significa una emanación de sí mismo, un aporte a la
vida común en que se refleja; el cumplimiento de su deber social.
Hacemos todo lo posible por darle al trabajo esta nueva
categoría de deber social y unirlo al desarrollo de la técnica, por un lado, lo
que dará condiciones para una mayor libertad, y al trabajo voluntario por otro,
basados en la apreciación marxista de que el hombre realmente alcanza su plena
condición humana cuando produce sin la compulsión de la necesidad física de
venderse como mercancía.
Claro que todavía hay aspectos coactivos en el trabajo,
aún cuando sea necesario; el hombre no ha transformado toda la coerción que lo
rodea en reflejo condicionado de naturaleza social y todavía produce, en muchos
casos, bajo la presión del medio (compulsión moral, la llama Fidel). Todavía le
falta el lograr la completa recreación espiritual ante su propia obra, sin la
presión directa del medio social, pero ligado a él por los nuevos hábitos. Esto
será el comunismo.
El cambio no se produce automáticamente en la conciencia,
como no se produce tampoco en la economía. Las variaciones son lentas y no son
rítmicas; hay períodos de aceleración, otros pausados e incluso, de retroceso.
Debemos considerar, además como apuntáramos antes, que no
estamos frente al período de transición puro, tal como lo viera Marx en la
Crítica del Programa de Gotha, sino de una nueva fase no prevista por él;
primer período de transición del comunismo o de la construcción del socialismo.
Este transcurre en medio de violentas luchas de clase y con elementos de
capitalismo en su seno que oscurecen la comprensión cabal de su esencia.
Si a esto de agrega el escolasticismo que ha frenado el
desarrollo de la filosofía marxista e impedido el tratamiento sistemático del
período, cuya economía política no se ha desarrollado, debemos convenir en que
todavía estamos en pañales y es preciso dedicarse a investigar todas las
características primordiales del mismo antes de elaborar una teoría económica y
política de mayor alcance.
La teoría que resulte dará indefectiblemente preeminencia
a los dos pilares de la construcción: la formación del hombre nuevo y el desarrollo
de la técnica. En ambos aspectos nos falta mucho por hacer, pero es menos
excusable el atraso en cuanto a la concepción de la técnica como base
fundamental, ya que aquí no se trata de avanzar a ciegas sino de seguir durante
un buen tramo el camino abierto por los países más adelantados del mundo. Por
ello Fidel machaca con tanta insistencia sobre la necesidad de la formación
tecnológica y científica de todo nuestro pueblo y más aún, de su vanguardia.
En el campo de las ideas que conducen a actividades no
productivas, es más fácil ver la división entre la necesidad material y
espiritual. Desde hace mucho tiempo el hombre trata de liberarse de la
enajenación mediante la cultura y el arte. Muere diariamente las ocho y más
horas en que actúa como mercancía para resucitar en su creación espiritual.
pero este remedio porta los gérmenes de la misma enfermedad.: es un ser
solitario el que busca comunión con la naturaleza. Defiende su individualidad
oprimida por el medio y reacciona ante las ideas estéticas como un ser único
cuya aspiración es permanecer inmaculado.
Se trata sólo de un intento de fuga. La ley del valor no
es ya un mero reflejo de las relaciones de producción; los capitalistas
monopolistas la rodean de un complicado andamiaje que la convierte en una
sierva dócil, aún cuando los métodos que emplean sean puramente empíricos. La
superestructura impone un tipo de arte en el cual hay que educar a los
artistas. Los rebeldes son dominados por la maquinaria y sólo los talentos
excepcionales podrán crear su propia obra. Los restantes devienen asalariados
vergonzantes o son triturados.
Se inventa la investigación artística a la que se da como
definitoria de la libertad, pero esta «investigación» tiene sus límites
imperceptibles hasta el momento de chocar con ellos, vale decir, de plantearse
los reales problemas del hombre y su enajenación. La angustia sin sentido o el
pasatiempo vulgar constituyen válvulas cómodas a la inquietud humana; se
combate la idea de hacer del arte un arma de denuncia.
Si se respetan las leyes del juego se consiguen todos los
honores; los que podría tener un mono al inventar piruetas. La condición es no
tratar de escapar de la jaula invisible.
Cuando la Revolución tomó el poder se produjo el éxodo de
los domesticados totales; los demás, revolucionarios o no, vieron un camino
nuevo. La investigación artística cobró nuevo impulso. Sin embargo, las rutas
estaban más o menos trazadas y el sentido del concepto fuga se escondió tras la
palabra libertad. En los propios revolucionarios se mantuvo muchas veces esta
actitud, reflejo del idealismo burgués en la conciencia.
En países que pasaron por un proceso similar se pretendió
combatir estas tendencias con un dogmatismo exagerado. La cultura general se
convirtió casi en un tabú y se proclamó el summum de la aspiración cultural,
una representación formalmente exacta de la naturaleza, convirtiéndose ésta,
luego, en una representación mecánica de la realidad social que se quería hacer
ver; la sociedad ideal, casi sin conflictos ni contradicciones, que se buscaba
crear.
El socialismo es joven y tiene errores.
Los revolucionarios carecemos, muchas veces, de los
conocimientos y la audacia intelectual necesarias para encarar la tarea del
desarrollo de un hombre nuevo por métodos distintos a los convencionales y los
métodos convencionales sufren de la influencia de la sociedad que los creó.
(Otra vez se plantea el tema de la relación entre forma y contenido.) La
desorientación es grande y los problemas de la construcción material nos
absorben. No hay artistas de gran autoridad que, a su vez, tengan gran
autoridad revolucionaria. Los hombres del Partido deben tomar esa tarea entre
las manos y buscar el logro del objetivo principal: educar al pueblo.
Se busca entonces la simplificación, lo que entiende todo
el mundo, que es lo que entienden los funcionarios. Se anula la auténtica
investigación artística y se reduce al problema de la cultura general a una
apropiación del presente socialista y del pasado muerto (por tanto, no
peligroso). Así nace el realismo socialista sobre las bases del arte del siglo
pasado.
Pero el arte realista del siglo XIX, también es de clase,
más puramente capitalista, quizás, que este arte decadente del siglo XX, donde
se transparenta la angustia del hombre enajenado. El capitalismo en cultura ha
dado todo de sí y no queda de él sino el anuncio de un cadáver maloliente en
arte, su decadencia de hoy. Pero, ¿por qué pretender buscar en las formas
congeladas del realismo socialista la única receta válida? No se puede oponer
al realismo socialista «la libertad», porque ésta no existe todavía, no
existirá hasta el completo desarrollo de la sociedad nueva; pero no se pretenda
condenar a todas la formas de arte posteriores a la primer mitad del siglo XIX
desde el trono pontificio del realismo a ultranza, pues se caería en un error
proudhoniano de retorno al pasado, poniéndole camisa de fuerza a la expresión
artística del hombre que nace y se construye hoy.
Falta el desarrollo de un mecanismo ideológico cultural
que permita la investigación y desbroce la mala hierba, tan fácilmente
multiplicable en el terreno abonado de la subvención estatal.
En nuestro país, el error del mecanicismo realista no se
ha dado, pero sí otro signo de contrario. Y ha sido por no comprender la
necesidad de la creación del hombre nuevo, que no sea el que represente las
ideas del siglo XIX, pero tampoco las de nuestro siglo decadente y morboso. El
hombre del siglo XXI es el que debemos crear, aunque todavía es una aspiración
subjetiva y no sistematizada. Precisamente éste es uno de los puntos
fundamentales de nuestro estudio y de nuestro trabajo y en la medida en que
logremos éxitos concretos sobre una base teórica o, viceversa, extraigamos
conclusiones teóricas de carácter amplio sobre la base de nuestra investigación
concreta, habremos hecho un aporte valioso al marxismo-leninismo, a la causa de
la humanidad. La reacción contra el hombre del siglo XIX nos ha traído la
reincidencia en el decadentismo del siglo XX; no es un error demasiado grave,
pero debemos superarlo, so pena de abrir un ancho cauce al revisionismo.
Las grandes multitudes se van desarrollando, las nuevas
ideas van alcanzando adecuado ímpetu en el seno de la sociedad, las
posibilidades materiales de desarrollo integral de absolutamente todos sus
miembros, hacen mucho más fructífera la labor. El presente es de lucha, el
futuro es nuestro.
Resumiendo, la culpabilidad de muchos de nuestros
intelectuales y artistas reside en su pecado original; no son auténticamente
revolucionarios. Podemos intentar injertar el olmo para que dé peras, pero
simultáneamente hay que sembrar perales. Las nuevas generaciones vendrán libres
del pecado original. Las posibilidades de que surjan artistas excepcionales
serán tanto mayores cuanto más se haya ensanchado el campo de la cultura y la
posibilidad de expresión. Nuestra tarea consiste en impedir que la generación
actual, dislocada por sus conflictos, se pervierta y pervierta a las nuevas. No
debemos crear asalariados dóciles al pensamiento oficial ni «becarios» que
vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas. Ya
vendrán los revolucionarios que entonen el canto del hombre nuevo con la
auténtica voz del pueblo. Es un proceso que requiere tiempo.
En nuestra sociedad, juegan un papel la juventud y el
Partido.
Particularmente importante es la primera, por ser la
arcilla maleable con que se puede construir al hombre nuevo sin ninguna de las
taras anteriores.
Ella recibe un trato acorde con nuestras ambiciones. Su
educación es cada vez más completa y no olvidamos su integración al trabajo
desde los primeros instantes. Nuestros becarios hacen trabajo físico en sus
vacaciones o simultáneamente con el estudio. El trabajo es un premio en ciertos
casos, un instrumento de educación, en otros, jamás un castigo. Una nueva
generación nace.
El Partido es una organización de vanguardia. Los mejores
trabajadores son propuestos por sus compañeros para integrarlo. Este es
minoritario pero de gran autoridad por la calidad de sus cuadros. Nuestra
aspiración es que el Partido sea de masas, pero cuando las masas hayan
alcanzado el nivel de desarrollo de la vanguardia, es decir, cuando estén
educados para el comunismo. Y a esa educación va encaminado el trabajo. El Partido
es el ejemplo vivo; sus cuadros deben dictar cátedras de laboriosidad y
sacrificio, deben llevar, con su acción, a las masas, al fin de la tarea
revolucionaria, lo que entraña años de duro bregar contra las dificultades de
la construcción, los enemigos de clase, las lacras del pasado, el imperialismo…
Quisiera explicar ahora el papel que juega la
personalidad, el hombre como individuo de las masas que hacen la historia. Es
nuestra experiencia no una receta.
Fidel dio a la Revolución el impulso en los primeros
años, la dirección, la tónica siempre, peros hay un buen grupo de
revolucionarios que se desarrollan en el mismo sentido que el dirigente máximo
y una gran masa que sigue a sus dirigente porque les tiene fe; y les tiene fe,
porque ellos han sabido interpretar sus anhelos.
No se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de
cuántas veces por año se pueda ir alguien a pasearse en la playa, ni de cuántas
bellezas que vienen del exterior puedan comprarse con los salarios actuales. Se
trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más
riqueza interior y con mucha más responsabilidad. El individuo de nuestro país
sabe que la época gloriosa que le toca vivir es de sacrificio; conoce el
sacrificio. Los primeros lo conocieron en la Sierra Maestra y dondequiera que
se luchó; después lo hemos conocido en toda Cuba. Cuba es la vanguardia de
América y debe hacer sacrificios porque ocupa el lugar de avanzada, porque
indica a las masas de América Latina el camino de la libertad plena.
Dentro del país, los dirigentes tienen que cumplir su
papel de vanguardia; y, hay que decirlo con toda sinceridad, en una revolución
verdadera a la que se le da todo, de la cual no se espera ninguna retribución
material, la tarea del revolucionario de vanguardia es a la vez magnífica y
angustiosa.
Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el
revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es
imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad. Quizás sea
uno de los grandes dramas del dirigente; éste debe unir a un espíritu
apasionado una mente fría y tomar decisiones dolorosas son que se contraiga un
músculo. Nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a
los pueblos, a las causas más sagradas y hacerlo único, indivisible. No pueden
descender con su pequeña dosis de cariño cotidiano hacia los lugares donde el
hombre común lo ejercita.
Los dirigentes de la Revolución tienen hijos que en sus
primeros balbuceos, no aprenden a nombrar al padre; mujeres que deben ser parte
del sacrificio general de su vida para llevar la Revolución a su destino; el
marco de los amigos responde estrictamente al marco de los compañeros de
Revolución. No hay vida fuera de ella.
En esas condiciones, hay que tener una gran dosis de
humanidad, una gran dosis de sentido de la justicia y de la verdad para no caer
en extremos dogmáticos, en escolasticismos fríos, en aislamiento de las masas.
Todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente se
transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de
movilización.
El revolucionario, motor ideológico de la revolución
dentro de su partido, se consume en esa actividad ininterrumpida que no tiene
más fin que la muerte, a menos que la construcción se logre en escala mundial.
Si su afán de revolucionario se embota cuando las tareas más apremiantes se ven
realizadas a escala loca y se olvida el internacionalismo proletario, la
revolución que dirige deja de ser una fuerza impulsora y se sume en una cómoda
modorra, aprovechada por nuestros enemigos irreconciliables, el imperialismo,
que gana terreno. El internacionalismo proletario es un deber pero también es
una necesidad revolucionaria. Así educamos a nuestro pueblo.
Claro que hay peligros presentes en las actuales
circunstancias. No sólo el del dogmatismo, no sólo el de congelar las
relaciones con las masas en medio de la gran tarea; también existe el peligro
de las debilidades en que se puede caer. Si un hombre piensa que, para dedicar
su vida entera a la revolución, no puede distraer su mente por la preocupación
de que a un hijo le falte determinado producto, que los zapatos de los niños
estén rotos, que su familia carezca de determinado bien necesario, bajo este
razonamiento deja infiltrarse los gérmenes de la futura corrupción.
En nuestro caso, hemos mantenido que nuestros hijos deben
tener y carecer de lo que tienen y de lo que carecen los hijos del hombre
común; y nuestra familia debe comprenderlo y luchar por ello. La revolución se
hace a través del hombre, pero el hombre tiene que forjar día a día su espíritu
revolucionario.
Así vamos marchando. A la cabeza de la inmensa columna
—no nos avergüenza ni nos intimida decirlo— va Fidel, después, los mejores
cuadros del Partido, e inmediatamente, tan cerca que se siente su enorme
fuerza, va el pueblo en su conjunto sólida armazón de individualidades que
caminan hacia un fin común; individuos que han alcanzado la conciencia de lo
que es necesario hacer; hombres que luchan por salir del reino de la necesidad
y entrar al de la libertad.
Esa inmensa muchedumbre se ordena; su orden responde a la
conciencia de la necesidad del mismo ya no es fuerza dispersa, divisible en
miles de fracciones disparadas al espacio como fragmentos de granada, tratando
de alcanzar por cualquier medio, en lucha reñida con sus iguales, una posición,
algo que permita apoyo frente al futuro incierto.
Sabemos que hay sacrificios delante nuestro y que debemos
pagar un precio por el hecho heroico de constituir una vanguardia como nación.
Nosotros, dirigentes, sabemos que tenemos que pagar un precio por tener derecho
a decir que estamos a la cabeza del pueblo que está a la cabeza de América.
Todos y cada uno de nosotros paga puntualmente su cuota de sacrificio,
conscientes de recibir el premio en la satisfacción del deber cumplido,
conscientes de avanzar con todos hacia el hombre nuevo que se vislumbra en el
horizonte.
Permítame intentar unas conclusiones:
Nosotros,
socialistas, somos más libres porque somos más plenos; somos más plenos por ser
más libres.
El esqueleto de
nuestra libertad completa está formado, falta la sustancia proteica y el
ropaje; los crearemos.
Nuestra
libertad y su sostén cotidiano tienen color de sangre y están henchidos de
sacrificio.
Nuestro
sacrificio es consciente; cuota para pagar la libertad que construimos.
El camino es
largo y desconocido en parte; conocemos nuestras limitaciones. Haremos el
hombre del siglo XXI: nosotros mismos.
Nos forjaremos
en la acción cotidiana, creando un hombre nuevo con una nueva técnica.
La personalidad
juega el papel de movilización y dirección en cuanto que encarna las más altas
virtudes y aspiraciones del pueblo y no se separa de la ruta.
Quien abre el
camino es el grupo de vanguardia, los mejores entre los buenos, el Partido.
La arcilla
fundamental de nuestra obra es la juventud, en ella depositamos nuestra
esperanza y la preparamos para tomar de nuestras manos la bandera.
Si esta carta balbuceante aclara algo, ha cumplido el
objetivo con que la mando.
Reciba nuestro saludo ritual, como un apretón de manos o
un «Ave María Purísima»:
Patria o muerte.
* Carlos Quijano,
editor del semanario uruguayo, Marcha, quien publica la carta en la edición del
12 de marzo de 1965.
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