La realidad de Nuestra
América y la de Argentina en particular, no se circunscribe exclusivamente a la
realidad político económica del continente, ya que de hecho, el proyecto mundo-occidente
con proa hacia el apartheid global que el imperialismo impone, tiene su
correlato en la región de la mano de los planes que desarrolla y sostiene a
nivel planetario, con sus consecuencia en nuestros pueblos y comunidades,
ofreciéndonos un panorama complejo y difícil en el terreno de la relación
identidades-culturas populares-lucha política, pero a la vez, y quizás por eso
mismo, necesario sostener en el camino inverso: lucha política-culturas
populares-identidades.
OLA-Organización para la Liberación Argentina
En nuestro continente el proceso de aculturación no terminó
con la bárbara conquista española del siglo XVI. Además de sufrir nuestros
pueblos y comunidades, las consecuencias nefastas de los movimientos
reaccionarios como el protagonizado por las oligarquías en la constitución de
los estados liberales, las dictaduras fascistas y las democracias de mercado;
también se consolido a través de los intentos “modernizadores” de carácter
progresista, tales como las revoluciones democráticas españolistas, las guerras
de independencia y las guerras civiles, los movimientos populistas de masas e
incluso gran parte del movimiento revolucionario.
En este último caso, el de los procesos históricos
progresistas, si bien enarbolaban propuestas de redención social y en menor
medida, lograron constituir proyectos más justos en términos redistributivos,
no pudieron escapar a su propia lógica de genocidio cultural, toda vez que
implicaron un proceso de occidentalización masiva y forzosa de los pueblos latinoamericanos.
Un ejemplo paradigmático es el de la reducción conceptual
–por lo tanto material en los hechos- del indígena a la categoría de campesino,
buscando uniformizar a los oprimidos en función de su potencial relación en la
matriz general de desarrollo capitalista y socialista modernos. La comunidad
indígena buscaba asimilarse entonces al de “colonia” de criollos que trabajaban
la tierra, consistiendo su relación con ella, entre los miembros de su
comunidad, y de esta comunidad con el resto de la sociedad, apenas una
anécdota, cuando no un obstáculo a sortear mediante el aparato educativo y
cultural del estado.
Esta composición histórica de “acriollamiento” de una parte
de la población, que no es otra cosa que la consecuencia del proceso de
occidentalización forzada, conformó paralelamente a las culturas oprimidas u
olvidadas por siglos, un amplio movimiento popular de pobres, explotados y
oprimidos de carácter híbrido, fruto del carácter torcido del desarrollo
nacional latinoamericano, reforzado por las sucesivas oleadas inmigratorias
europeas del siglo XIX y XX.
Esta sociedad criolla latinoamericana, es la protagonista
indiscutible de las luchas políticas y sociales de la edad moderna, a cuyos
márgenes siempre excluyó a nuestra mayoría nacional de hermanos indígenas, con
el curioso y coincidente rótulo común de “atrasados” con el que las clases
dominantes decidían exterminarlos.
En nuestro país, este proceso es particularmente trágico. La
derrota cultural de los pueblos originarios fue acompañada de inhumanas e
intensas campañas de aniquilamiento y desplazamiento masivos que hicieron
prácticamente imposible su desarrollo sostenible aun en marcos de un relativo
aislamiento.
La estructura urbana y la matriz económica del país en sus
sucesivas etapas, forzaron una tendencia a la inviabilidad de las comunidades
indígenas. Las campañas forzosas de evangelización primero, y de “estatización”
y “nacionalización” socioeducativa
después, ofrecieron un canal de supervivencia, de fuga, al destino de
exterminio. Promovieron la emigración y el debilitamiento de las comunidades,
combinando con su progresiva corrupción. Las comunidades al día de hoy, se ven
obligadas a la aceptación de dádivas y condiciones humillantes, a cambio del
reconocimiento formal de su existencia.
Las particulares consecuencias de esta derrota en nuestro
país, derivaron incluso en su incapacidad de construir un centro de gravedad
que funcione como “organismo nacional” garante de la supervivencia sobre la
base de demandas permanentes relativamente democráticas generales. El
aislamiento unas de otras, complica asimismo a las comunidades en la
conformación de movimientos sociales indigenistas regionales de magnitud como
en el caso del proceso boliviano y ecuatoriano o mexicano. Sin embargo están ahí,
cuidando su herencia y esperando el tiempo en el que puedan ser de una vez por
todas.
Sin embargo, en el marco de que todo proyecto político
concreto necesariamente tiene carácter regional, la cuestión indígena asume una
dinámica de protagonismo fundamental, clave en la comprensión y abordaje de la
situación política y social latinoamericana de los tiempos por venir, en la era
del pachakutik.
Las comunidades andino-amazónicas van construyendo con
epicentro en Bolivia y Ecuador un sistema radial de organización y politización
desde el eje de la cultura que se encuentra con la resistencia hostil y
reaccionaria de los grupos concentrados y sectores medios occidentalizados.
Es el movimiento indígena entonces, la punta de lanza de la
confrontación contra occidente en nuestro continente, allí anida el núcleo
civilizatorio fundamental para la construcción de una nueva sociedad regional
humanista integrada soberana y libremente al mundo.
En la Argentina, la extrema debilidad relativa del
movimiento indígena de momento ha
impedido su constitución inmediata como sujeto político material, aunque
no simbólico, atento a su efectiva existencia y protagonismo regional, hacia
eso transitan las luchas sostenidas por el restablecimiento de derechos
sociales y ancestrales de las comunidades, con especificidades para la niñez,
la juventud, la mujer, la ancianidad y la familia. Como así también la defensa
por la plena soberanía sobre sus territorios, la vigencia de sus cosmovisiones
y la organización comunitaria como pasó necesario hacia un nuevo modelo
civilizatorio.
La irrupción de un sujeto sociocultural revolucionario que
integre en su concepción estratégica un conjunto de visiones que le permitan
constituirse cabalmente como tal, con un componente indigenista, lo convertirá en
un actor inevitable del proceso de crisis nacional y regional frente a la
actual crisis integral de occidente que se manifiesta con sus particularidades
en la región.
Es decir, que seriamente no existen condiciones para la
conformación de un sujeto político local emergente de un proceso cultural
previo, como en el caso de la región andina o el que expresan para el mundo la
resistencia y los pueblos de Oriente Medio.
Es evidente que la matriz civilizatoria que eclosiona con la
propuesta de occidente para nuestros pueblos y comunidades, en nuestro país la
expresa la debilidad cierta del indigenismo, sin detenernos en los efectos de la
potencia que la propaganda colonial modernista sostiene, presentando a este
proceso como extraño a nuestra “cultura” y nuestras “costumbres”, de igual
manera presentan al Islam en el mundo, lo que no nos debe sorprender toda vez
que el enemigo siempre ha jugado de esta manera, no solo con el indigenismo y
el Islam, sino en su momento respecto del mismo socialismo, tratando de impedir
la revelación de una verdad tan evidente
como que más allá de la oligarquía y las clases medias urbanas, lo más alejado
a la región de Abya Yala, es el mismo occidente.
Pero sí existen condiciones para la construcción sobre la
base social de este este elemento como componente fundamental de lo que ha de
ser nuestra propia revolución, de allí los lazos indestructibles hacia este
proceso que protagonizan las nuevas fuerzas políticas culturales en la región
de Abya Yala con las comunidades indígenas de la región, poniendo el blanco de
la lucha política antiimperialista y humanista, en la decadencia de occidente y
su experimento fallido en la sociedad nacional latinoamericana.
Los aspectos de este componente que lo hacen permeable a
esta estrategia derivan de una serie de fenómenos. Entre ellos podemos enunciar
la historia de lucha de sus mayorías populares contra la injusticia y la
opresión, contra el colonialismo, por la soberanía, la democracia y la justicia
social, en cuyos momentos más álgidos y
radicalizados, buscó la cooperación y el rescate de las culturas populares
ancestrales. En concordancia con ello existe toda una tradición de proyectos
comunitaristas en las izquierdas del movimiento nacional latinoamericano
realmente existente, hacia donde se orientan con mayor profundidad los procesos
de Bolivia, Venezuela y Ecuador en su formulación genérica de “socialismo del
siglo XXI”.
Este elemento componente en los sectores populares, lo hace
permeable al mensaje indigenista en un marco de búsqueda de opciones a
occidente.
De ahí que con el “socialismo del siglo XXI” como divisa, y
el indigenismo como influencia y componente objetivo integrante de la propuesta
revolucionaria, podemos contar con un arsenal político ideológico de granito en
la guerra cultural contra el cáncer de occidente en Nuestra América.
Bregando en una cosmovisión y creencia que nos permita
superar la descomposición que atraviesa a nuestras sociedades, el indigenismo
de Nuestra América profunda ha resistido
los embates de un modelo de exterminio y supresión identitaria y cultural,
paradigma de resistencia hacia un nuevo modelo civilizatorio que ha sostenido,
a pesar de las inclemencias, una serie de valores y virtudes para la
organización de la vida pública y privada que van a contramano del consumismo
materialista, el hedonismo y los vicos que promueve la civilización occidental
.
*Extracto de “La batalla cultural como estrategia revolucionaria”,
abril del 2012.
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