sábado, 14 de marzo de 2015

Indianismo, elemento componente de revolución y espiritualidad en Abya Yala*



La realidad de Nuestra América y la de Argentina en particular, no se circunscribe exclusivamente a la realidad político económica del continente, ya que de hecho, el proyecto mundo-occidente con proa hacia el apartheid global que el imperialismo impone, tiene su correlato en la región de la mano de los planes que desarrolla y sostiene a nivel planetario, con sus consecuencia en nuestros pueblos y comunidades, ofreciéndonos un panorama complejo y difícil en el terreno de la relación identidades-culturas populares-lucha política, pero a la vez, y quizás por eso mismo, necesario sostener en el camino inverso: lucha política-culturas populares-identidades.


OLA-Organización para la Liberación Argentina
 
En nuestro continente el proceso de aculturación no terminó con la bárbara conquista española del siglo XVI. Además de sufrir nuestros pueblos y comunidades, las consecuencias nefastas de los movimientos reaccionarios como el protagonizado por las oligarquías en la constitución de los estados liberales, las dictaduras fascistas y las democracias de mercado; también se consolido a través de los intentos “modernizadores” de carácter progresista, tales como las revoluciones democráticas españolistas, las guerras de independencia y las guerras civiles, los movimientos populistas de masas e incluso gran parte del movimiento revolucionario.

En este último caso, el de los procesos históricos progresistas, si bien enarbolaban propuestas de redención social y en menor medida, lograron constituir proyectos más justos en términos redistributivos, no pudieron escapar a su propia lógica de genocidio cultural, toda vez que implicaron un proceso de occidentalización masiva y forzosa de los pueblos latinoamericanos. 


Un ejemplo paradigmático es el de la reducción conceptual –por lo tanto material en los hechos- del indígena a la categoría de campesino, buscando uniformizar a los oprimidos en función de su potencial relación en la matriz general de desarrollo capitalista y socialista modernos. La comunidad indígena buscaba asimilarse entonces al de “colonia” de criollos que trabajaban la tierra, consistiendo su relación con ella, entre los miembros de su comunidad, y de esta comunidad con el resto de la sociedad, apenas una anécdota, cuando no un obstáculo a sortear mediante el aparato educativo y cultural del estado. 

Esta composición histórica de “acriollamiento” de una parte de la población, que no es otra cosa que la consecuencia del proceso de occidentalización forzada, conformó paralelamente a las culturas oprimidas u olvidadas por siglos, un amplio movimiento popular de pobres, explotados y oprimidos de carácter híbrido, fruto del carácter torcido del desarrollo nacional latinoamericano, reforzado por las sucesivas oleadas inmigratorias europeas del siglo XIX y XX.

Esta sociedad criolla latinoamericana, es la protagonista indiscutible de las luchas políticas y sociales de la edad moderna, a cuyos márgenes siempre excluyó a nuestra mayoría nacional de hermanos indígenas, con el curioso y coincidente rótulo común de “atrasados” con el que las clases dominantes decidían exterminarlos.

En nuestro país, este proceso es particularmente trágico. La derrota cultural de los pueblos originarios fue acompañada de inhumanas e intensas campañas de aniquilamiento y desplazamiento masivos que hicieron prácticamente imposible su desarrollo sostenible aun en marcos de un relativo aislamiento. 

La estructura urbana y la matriz económica del país en sus sucesivas etapas, forzaron una tendencia a la inviabilidad de las comunidades indígenas. Las campañas forzosas de evangelización primero, y de “estatización” y “nacionalización”  socioeducativa después, ofrecieron un canal de supervivencia, de fuga, al destino de exterminio. Promovieron la emigración y el debilitamiento de las comunidades, combinando con su progresiva corrupción. Las comunidades al día de hoy, se ven obligadas a la aceptación de dádivas y condiciones humillantes, a cambio del reconocimiento formal de su existencia.

Las particulares consecuencias de esta derrota en nuestro país, derivaron incluso en su incapacidad de construir un centro de gravedad que funcione como “organismo nacional” garante de la supervivencia sobre la base de demandas permanentes relativamente democráticas generales. El aislamiento unas de otras, complica asimismo a las comunidades en la conformación de movimientos sociales indigenistas regionales de magnitud como en el caso del proceso boliviano y ecuatoriano o mexicano. Sin embargo están ahí, cuidando su herencia y esperando el tiempo en el que puedan ser de una vez por todas.


Sin embargo, en el marco de que todo proyecto político concreto necesariamente tiene carácter regional, la cuestión indígena asume una dinámica de protagonismo fundamental, clave en la comprensión y abordaje de la situación política y social latinoamericana de los tiempos por venir, en la era del pachakutik.

Las comunidades andino-amazónicas van construyendo con epicentro en Bolivia y Ecuador un sistema radial de organización y politización desde el eje de la cultura que se encuentra con la resistencia hostil y reaccionaria de los grupos concentrados y sectores medios occidentalizados.

Es el movimiento indígena entonces, la punta de lanza de la confrontación contra occidente en nuestro continente, allí anida el núcleo civilizatorio fundamental para la construcción de una nueva sociedad regional humanista integrada soberana y libremente al mundo.

En la Argentina, la extrema debilidad relativa del movimiento indígena de momento ha  impedido su constitución inmediata como sujeto político material, aunque no simbólico, atento a su efectiva existencia y protagonismo regional, hacia eso transitan las luchas sostenidas por el restablecimiento de derechos sociales y ancestrales de las comunidades, con especificidades para la niñez, la juventud, la mujer, la ancianidad y la familia. Como así también la defensa por la plena soberanía sobre sus territorios, la vigencia de sus cosmovisiones y la organización comunitaria como pasó necesario hacia un nuevo modelo civilizatorio. 

La irrupción de un sujeto sociocultural revolucionario que integre en su concepción estratégica un conjunto de visiones que le permitan constituirse cabalmente como tal, con un componente indigenista, lo convertirá en un actor inevitable del proceso de crisis nacional y regional frente a la actual crisis integral de occidente que se manifiesta con sus particularidades en la región. 


Es decir, que seriamente no existen condiciones para la conformación de un sujeto político local emergente de un proceso cultural previo, como en el caso de la región andina o el que expresan para el mundo la resistencia y los pueblos de Oriente Medio. 

Es evidente que la matriz civilizatoria que eclosiona con la propuesta de occidente para nuestros pueblos y comunidades, en nuestro país la expresa la debilidad cierta del indigenismo, sin detenernos en los efectos de la potencia que la propaganda colonial modernista sostiene, presentando a este proceso como extraño a nuestra “cultura” y nuestras “costumbres”, de igual manera presentan al Islam en el mundo, lo que no nos debe sorprender toda vez que el enemigo siempre ha jugado de esta manera, no solo con el indigenismo y el Islam, sino en su momento respecto del mismo socialismo, tratando de impedir la revelación de una  verdad tan evidente como que más allá de la oligarquía y las clases medias urbanas, lo más alejado a la región de Abya Yala, es el mismo occidente.  

Pero sí existen condiciones para la construcción sobre la base social de este este elemento como componente fundamental de lo que ha de ser nuestra propia revolución, de allí los lazos indestructibles hacia este proceso que protagonizan las nuevas fuerzas políticas culturales en la región de Abya Yala con las comunidades indígenas de la región, poniendo el blanco de la lucha política antiimperialista y humanista, en la decadencia de occidente y su experimento fallido en la sociedad nacional latinoamericana.

Los aspectos de este componente que lo hacen permeable a esta estrategia derivan de una serie de fenómenos. Entre ellos podemos enunciar la historia de lucha de sus mayorías populares contra la injusticia y la opresión, contra el colonialismo, por la soberanía, la democracia y la justicia social, en cuyos momentos más  álgidos y radicalizados, buscó la cooperación y el rescate de las culturas populares ancestrales. En concordancia con ello existe toda una tradición de proyectos comunitaristas en las izquierdas del movimiento nacional latinoamericano realmente existente, hacia donde se orientan con mayor profundidad los procesos de Bolivia, Venezuela y Ecuador en su formulación genérica de “socialismo del siglo XXI”. 

Este elemento componente en los sectores populares, lo hace permeable al mensaje indigenista en un marco de búsqueda de opciones a occidente.  

De ahí que con el “socialismo del siglo XXI” como divisa, y el indigenismo como influencia y componente objetivo integrante de la propuesta revolucionaria, podemos contar con un arsenal político ideológico de granito en la guerra cultural contra el cáncer de occidente en Nuestra América.

Bregando en una cosmovisión y creencia que nos permita superar la descomposición que atraviesa a nuestras sociedades, el indigenismo de Nuestra América profunda  ha resistido los embates de un modelo de exterminio y supresión identitaria y cultural, paradigma de resistencia hacia un nuevo modelo civilizatorio que ha sostenido, a pesar de las inclemencias, una serie de valores y virtudes para la organización de la vida pública y privada que van a contramano del consumismo materialista, el hedonismo y los vicos que promueve la civilización occidental .

*Extracto de “La batalla cultural como estrategia revolucionaria”, abril del 2012.

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