domingo, 16 de noviembre de 2014

Acciones de sabotaje en el sur indígena de la Argentina.






*Ali Rida Eric Peralta.

La lucha por el poder de los hombres y mujeres de la mapu, de la pacha, no debe alimentar el separatismo y las autonomías regionales, solo una gran nación pluricultural puede vencer sobre los poderes imperiales que pretenden nuestro exterminio.

La lucha se desarrolla hacia un nuevo estado, una estrategia de poder indigenista, patriótica y de unidad nacional, hacia una profunda revolución que sea luz y compromiso combatiente con otros pueblos del mundo.

Los paradigmas hacia un nuevo modelo civilizatorio están ancestralmente arraigados en nuestros territorios, en las experiencias y resistencias culturales que no hayan sido atravesadas por las lógicas destructivas de occidente contra la humanidad, su medio y todas las formas de vida.

El capitalismo, su organización de la vida, ha hecho del mundo un lugar inhabitable, al punto que todo las corrientes científicas, filosóficas y espirituales advierten sobre el pronto colapso que se avecina en el planeta, el consumismo, los vicios, la superchería colonizante en desplazamiento de la espiritualidad, busca arrasar con nuestro tradicional y ancestral modo de vida, contrario a esa maquinaria destructiva que es occidente y sus planes de exterminio y saqueo sobre nuestros pueblos, implementado el etnocidio con voracidad gobierno tras gobierno.

El sur de nuestro país ha tenido convulsiones por actos de sabotaje que se adjudicó recientemente la organización Resistencia Ancestral Mapuche (RAM), acciones arraigadas en una lucha absolutamente necesaria que hay que dar en los territorios contra las trasnacionales y multinacionales, que los ocupan para saquear, pero claro, las tácticas adoptadas se enmarcan en una perspectiva estratégica que incurre en los mismos errores que tuviera la "gente de la tierra" durante las guerras de las independencia y el surgimiento de los estados nacionales.

En aquel tiempo sostuvieron la "Nación Mapuche" negándose durante años a ser parte de los estados de Chile y Argentina, afianzando en ese objetivo una fuerte alianza con la corona española, lo que, lejos de fortalecer los derechos ancestrales, permitió la utilización de fuerza indigenista por parte de la principal potencia invasora de la época, para golpear a los patriotas, que si bien entre ellos estaban los que daban una fuerte lucha por el protagonismo de las comunidades y líderes indígenas en las principales decisiones y orientaciones de lo que debía ser el naciente estado, lo cierto fue que se afianzo el genocidio cultural, toda vez que implicó un proceso de occidentalización masiva y forzosa de los pueblos indígenas.

Un ejemplo paradigmático es el de la reducción conceptual –por lo tanto material en los hechos- del indígena a la categoría de campesino, buscando uniformizar a los oprimidos en función de su potencial relación en la matriz general de desarrollo capitalista y socialista modernos. La comunidad indígena buscaba asimilarse entonces al de “colonia” de criollos que trabajaban la tierra, consistiendo su relación con ella, entre los miembros de su comunidad, y de esta comunidad con el resto de la sociedad, apenas una anécdota, cuando no un obstáculo a sortear mediante el aparato educativo y cultural del estado.

Esta composición histórica de “acriollamiento” de una parte de la población, que no es otra cosa que la consecuencia del proceso de occidentalización forzada, conformó paralelamente a las culturas oprimidas u olvidadas por siglos, un amplio movimiento popular de pobres, explotados y oprimidos de carácter híbrido, fruto del carácter torcido del desarrollo nacional latinoamericano, reforzado por las sucesivas oleadas inmigratorias europeas del siglo XIX y XX.

Esta sociedad criolla, es la protagonista indiscutible de las luchas políticas y sociales de la edad moderna, a cuyos márgenes siempre excluyó a nuestra mayoría nacional de hermanos indígenas, con el curioso y coincidente rótulo común de “atrasados” con el que las clases dominantes decidían exterminarlos.

En nuestro país, este proceso es particularmente trágico. La derrota cultural de los pueblos originarios fue acompañada de inhumanas e intensas campañas de aniquilamiento y desplazamiento masivos que hicieron prácticamente imposible su desarrollo sostenible aun en marcos de un relativo aislamiento. La estructura urbana y la matriz económica del país en sus sucesivas etapas, forzaron una tendencia a la inviabilidad de las comunidades indígenas. Las campañas forzosas de evangelización primero, y de “estatización” y “nacionalización” socioeducativa después, ofrecieron un canal de supervivencia, de fuga, al destino de exterminio.

Promovieron la emigración y el debilitamiento de las comunidades, combinando con su progresiva corrupción; al día de hoy las comunidades se ven obligadas a la aceptación de dádivas y condiciones humillantes, a cambio del reconocimiento formal de su existencia.
 


Ante los hechos de esa realidad vivida y asimilada con consecuencias trágicas para nuestras comunidades, es que deben explicarse las resistencias aún aisladas que se impulsan, reconociendo también nuestra incapacidad hasta aquí de construir en la Argentina un centro de gravedad que funcione como “organismo nacional”, garante de la supervivencia sobre la base de demandas permanentes relativamente  generales.

El aislamiento unas de otras, complica asimismo a las comunidades en la conformación de movimientos sociales indigenistas regionales de magnitud, y por fuera de las lógicas divisionistas que instalan los sectores de poder, para asegurar su hegemonía con recambios que les permiten generar enfrentamientos entre sectores que debiéramos encontrarnos en tránsito hacia una misma perspectiva estratégica.

Pueda esta vez entenderse que la balcanización de nuestros países, las propuestas separatistas, autonomistas, van en sintonía con los intereses de las élites; en una nación que debiera enfrentar a las mismas oligarquías nativas, a un mismo imperialismo, a una misma estrategia sionista para la región, de saqueo de los principales recursos naturales de nuestros pueblos y comunidades, de fuerzas de ocupación que plasman junto a los gobiernos nacional y provinciales planes de exterminio, desplazamientos forzados, asesinatos selectivos, negocios inmobiliarios, robo y ocupación de tierras para su explotación, liberación de territorios para las redes del narcotráfico, explotación infantil y redes de trata, con sicarios y mercenarios que son parte de los poderes judiciales, legislativos y ejecutivos.

Sin dudas corresponde resistir a como dé lugar pero en una estrategia de poder pluricultural que convierta al nuevo estado, al que debemos construir, en una cohesionada fuerza indigenista y patriótica, una revolución nacional comprometida con pueblos hermanos del mundo, que se sostenga desde tradiciones, cosmovisiones y cosmovivencias ancestrales, con valores que expresen la fortaleza de la montaña y se sostenga desde paradigmas que se erigen a contramano de la descomposición de occidente.

Organizarnos y resistir en cada pueblo y comunidad, dando pasos para en los años por venir gobernar en los territorios, avanzando hacia ganar el gobierno desde una Fuerza Indigenista Patriótica, desde la OLA estamos abocados a esa tarea.

*Docente del Instituto Taki Onqoy, Secretario General de la OLA - Organización para la Liberación Argentina.

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