*Ali Rida Eric Peralta.
La lucha por el poder de los hombres y mujeres de la
mapu, de la pacha, no debe alimentar el separatismo y las autonomías
regionales, solo una gran nación pluricultural puede vencer sobre los poderes
imperiales que pretenden nuestro exterminio.
La lucha se desarrolla hacia un nuevo estado, una
estrategia de poder indigenista, patriótica y de unidad nacional, hacia una
profunda revolución que sea luz y compromiso combatiente con otros pueblos del
mundo.
Los paradigmas hacia un nuevo modelo civilizatorio están
ancestralmente arraigados en nuestros territorios, en las experiencias y
resistencias culturales que no hayan sido atravesadas por las lógicas
destructivas de occidente contra la humanidad, su medio y todas las formas de
vida.
El capitalismo, su organización de la vida, ha hecho del
mundo un lugar inhabitable, al punto que todo las corrientes científicas, filosóficas
y espirituales advierten sobre el pronto colapso que se avecina en el planeta,
el consumismo, los vicios, la superchería colonizante en desplazamiento de la
espiritualidad, busca arrasar con nuestro tradicional y ancestral modo de vida,
contrario a esa maquinaria destructiva que es occidente y sus planes de
exterminio y saqueo sobre nuestros pueblos, implementado el etnocidio con
voracidad gobierno tras gobierno.
El sur de nuestro país ha tenido convulsiones por actos
de sabotaje que se adjudicó recientemente la organización Resistencia Ancestral
Mapuche (RAM), acciones arraigadas en una lucha absolutamente necesaria que hay
que dar en los territorios contra las trasnacionales y multinacionales, que los
ocupan para saquear, pero claro, las tácticas adoptadas se enmarcan en una
perspectiva estratégica que incurre en los mismos errores que tuviera la
"gente de la tierra" durante las guerras de las independencia y el surgimiento
de los estados nacionales.
En aquel tiempo sostuvieron la "Nación Mapuche"
negándose durante años a ser parte de los estados de Chile y Argentina,
afianzando en ese objetivo una fuerte alianza con la corona española, lo que,
lejos de fortalecer los derechos ancestrales, permitió la utilización de fuerza
indigenista por parte de la principal potencia invasora de la época, para
golpear a los patriotas, que si bien entre ellos estaban los que daban una
fuerte lucha por el protagonismo de las comunidades y líderes indígenas en las
principales decisiones y orientaciones de lo que debía ser el naciente estado,
lo cierto fue que se afianzo el genocidio cultural, toda vez que implicó un
proceso de occidentalización masiva y forzosa de los pueblos indígenas.
Un ejemplo paradigmático es el de la reducción conceptual
–por lo tanto material en los hechos- del indígena a la categoría de campesino,
buscando uniformizar a los oprimidos en función de su potencial relación en la
matriz general de desarrollo capitalista y socialista modernos. La comunidad
indígena buscaba asimilarse entonces al de “colonia” de criollos que trabajaban
la tierra, consistiendo su relación con ella, entre los miembros de su
comunidad, y de esta comunidad con el resto de la sociedad, apenas una
anécdota, cuando no un obstáculo a sortear mediante el aparato educativo y
cultural del estado.
Esta composición histórica de “acriollamiento” de una
parte de la población, que no es otra cosa que la consecuencia del proceso de
occidentalización forzada, conformó paralelamente a las culturas oprimidas u
olvidadas por siglos, un amplio movimiento popular de pobres, explotados y
oprimidos de carácter híbrido, fruto del carácter torcido del desarrollo
nacional latinoamericano, reforzado por las sucesivas oleadas inmigratorias
europeas del siglo XIX y XX.
Esta sociedad criolla, es la protagonista indiscutible de
las luchas políticas y sociales de la edad moderna, a cuyos márgenes siempre
excluyó a nuestra mayoría nacional de hermanos indígenas, con el curioso y
coincidente rótulo común de “atrasados” con el que las clases dominantes
decidían exterminarlos.
En nuestro país, este proceso es particularmente trágico.
La derrota cultural de los pueblos originarios fue acompañada de inhumanas e
intensas campañas de aniquilamiento y desplazamiento masivos que hicieron
prácticamente imposible su desarrollo sostenible aun en marcos de un relativo
aislamiento. La estructura urbana y la matriz económica del país en sus
sucesivas etapas, forzaron una tendencia a la inviabilidad de las comunidades
indígenas. Las campañas forzosas de evangelización primero, y de “estatización”
y “nacionalización” socioeducativa después, ofrecieron un canal de
supervivencia, de fuga, al destino de exterminio.
Promovieron la emigración y el debilitamiento de las
comunidades, combinando con su progresiva corrupción; al día de hoy las
comunidades se ven obligadas a la aceptación de dádivas y condiciones
humillantes, a cambio del reconocimiento formal de su existencia.
Ante los hechos de esa realidad vivida y asimilada con
consecuencias trágicas para nuestras comunidades, es que deben explicarse las
resistencias aún aisladas que se impulsan, reconociendo también nuestra
incapacidad hasta aquí de construir en la Argentina un centro de gravedad que
funcione como “organismo nacional”, garante de la supervivencia sobre la base
de demandas permanentes relativamente generales.
El aislamiento unas de otras, complica asimismo a las
comunidades en la conformación de movimientos sociales indigenistas regionales
de magnitud, y por fuera de las lógicas divisionistas que instalan los sectores
de poder, para asegurar su hegemonía con recambios que les permiten generar
enfrentamientos entre sectores que debiéramos encontrarnos en tránsito hacia una
misma perspectiva estratégica.
Pueda esta vez entenderse que la balcanización de
nuestros países, las propuestas separatistas, autonomistas, van en sintonía con
los intereses de las élites; en una nación que debiera enfrentar a las mismas oligarquías
nativas, a un mismo imperialismo, a una misma estrategia sionista para la
región, de saqueo de los principales recursos naturales de nuestros pueblos y
comunidades, de fuerzas de ocupación que plasman junto a los gobiernos nacional
y provinciales planes de exterminio, desplazamientos forzados, asesinatos
selectivos, negocios inmobiliarios, robo y ocupación de tierras para su
explotación, liberación de territorios para las redes del narcotráfico,
explotación infantil y redes de trata, con sicarios y mercenarios que son parte
de los poderes judiciales, legislativos y ejecutivos.
Sin dudas corresponde resistir a como dé lugar pero en
una estrategia de poder pluricultural que convierta al nuevo estado, al que
debemos construir, en una cohesionada fuerza indigenista y patriótica, una
revolución nacional comprometida con pueblos hermanos del mundo, que se
sostenga desde tradiciones, cosmovisiones y cosmovivencias ancestrales, con
valores que expresen la fortaleza de la montaña y se sostenga desde paradigmas
que se erigen a contramano de la descomposición de occidente.
Organizarnos y resistir en cada pueblo y comunidad, dando
pasos para en los años por venir gobernar en los territorios, avanzando hacia
ganar el gobierno desde una Fuerza Indigenista Patriótica, desde la OLA estamos
abocados a esa tarea.
*Docente del Instituto Taki Onqoy, Secretario
General de la OLA - Organización para la Liberación Argentina.