Por Claudia Rafael - Agencia Pelota de Trapo
A Imer Ilbercio Flores le
truncaron la vida a los 12 y lo arrojaron en la vera del río Bermejito, a un
centenar de metros del balneario municipal. Un miembro de la comunidad Qompi
Naqona’a que declarará como testigo entre hoy y mañana relatará cómo dos o tres
hombres golpearon al niño. Nino Franco, el criollo de 31 años detenido en el
pueblo de Juan José Castelli “no saldrá en libertad”, dijo a la delegación
aborigen la fiscal Raquel Maldonado hoy por la mañana.
Los paquetes turísticos la
venden como “el paraíso de El Impenetrable”. En enero, el gran festival de
apertura de temporada veraniega. En febrero, la gran fiesta de la pesca de
corvina y la palometa. Villa Río Bermejito es cara y contracara. El sábado en
la madrugada mataron a golpes a Imer Ilbercio Flores. Qom. 12 años. Y por la
noche, el pueblo criollo de Bermejito
“se vistió de gala”, sorteó una obscena 4x4 Amarok y una lancha mientras el
Chaqueño Palavecino cantaba al amor salvaje.
Villa Río Bermejito cobija
historias encontradas. 20.000 turistas –dicen los medios regionales- se esperan
durante la temporada. “Nosotros sufrimos terriblemente la falta de provisión de
agua”, cuenta Pablo Denardi a APe. “Y todo es más grave desde que hay tanto
turismo en la zona del río”, dice él que es el “lenguaraz” (maneja la lengua
qom y el español y oficia de traductor) de la comunidad.
Imber lo llamaban todos.
Como al resto de los niños de la comunidad Qompi Naqona’a. En la tarde del
viernes salió como siempre con otros chicos. “Eran las tres y media o cuatro
cuando se fue. Seguramente iba a ver si había algo de pique en el río. Y
también quería ir a la fiesta que iban a hacer ahora que el río se hizo tan
turístico”, sigue Denardi mientras espera y reclama afuera de la comisaría con
el resto de la comunidad qom. Los niños “son muy sueltos” y suelen ir a “pescar
o a mariscar con la gomera y unas bolitas de barro”.
El 68 % de la población de
Bermejito es aborigen. La familia de Imer Flores vivía en el paraje El Colchón,
en donde –cuenta Denardi- “hay de 20
a 40 familias”. Cada paraje está tajantemente dividido.
Los pueblos del origen y los criollos no se entremezclan. Se chucean o se
enfrentan. Las fricciones entre las dos culturas tensan el clima que parte de
realidades contrapuestas. El sorteo de la Amarok es un símbolo de tanta inequidad que
desnuda y quita las vendas de los ojos ante una comunidad Qompi Naqona’a que
está hundida en la ausencia de derechos. “Nos discriminan y no tenemos acceso a
la justicia, a la salud, a la educación. No tenemos agua”, dice el carashe
Edilberto Pérez a APe. Su castellano se entrecorta. Obliga a la charla de
palabras simples y espaciadas (ir al audio). La Justicia , en cambio,
habla un español fluído, puro y lejano. La histórica ausencia de traductores en
territorios legales puede convertir a un testigo en asesino o a transformar un
crimen feroz en un homicidio en riña. No hay certezas para las familias
aborígenes de que serán comprendidas exactamente en aquello que quieren decir o
denunciar.
Imer había hecho un tatuaje
en su hombro. Había elegido uno de los cuatro dibujos de la bandera Qom para
asestar como símbolo en su piel: el arco y la flecha que lo atraviesa de arriba
abajo. Ese tatuaje, cuenta Denardi, había desaparecido del cuerpo del niño.
Destrozado a golpes, irreconocible, magullado enteramente y sin siquiera el
emblema de su pueblo que le fue despojado de la piel por sus asesinos.
En los días previos los
Qompi habían hecho un piquete. No querían el derroche de tanta fiesta. “Es un
gasto de mucha plata cuando nosotros estamos llenos de necesidades”, dice
Edilberto. La respuesta sistémica suele ser un contrapiquete criollo.
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La comunidad Qompi Naqona’a
se hunde en la soledad y el abandono. “Hay que esperar a que pase el camión de
agua de la provincia y nos llene los aljibes. Pero no siempre vienen. Se nos
mueren los animales. Nos faltan viviendas. Y el mal de chagas se multiplica
cada vez más”, relata Denardi.
“Nos falta el alimento. Nos
faltan casas. Nos falta agua. Nos falta justicia. Vivimos así porque los
políticos no están con nosotros. Somos los olvidados. Hace muy poco el
gobernador inauguró el hospital. Pero no hay personal en el Impenetrable. No
hay médicos en nuestros pueblos. No hay ambulancia. No hay comida para los
enfermos. Cada año se mueren nuestros hermanos. Acá no tenemos tampoco trabajo.
Yo hago changas. No un trabajo de todos los días. Es un día sí, otro no”,
comparte el carashe Edilberto.
El hospital del que habla
Edilberto costó –según publica el diario Datachaco.com- más de 12 millones de
pesos. Se llama “Hospital Néstor Kirchner”. “Con estas obras –dijo Jorge
Capitanich el 21 de diciembre- “se renueva el compromiso de trabajar por más
inclusión social, sanitaria y educativa para las comunidades”.
Pero –insiste Edilberto- “no
hay médicos en nuestros pueblos”.
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La muerte de Imer, con sus
12 años, su gomera a cuestas y un par de esperanzas cifradas al futuro, es otro
golpe feroz a los pueblos del origen. Como antes Lila Coyipé, Celestina Jara,
Roberto López y tantos otros cuyos nombres y biografías se perdieron en los
entramados de la impunidad.
“Lamentamos con angustia la
muerte de Imer. Era apenas un niño. Era inquieto. Buscaba todo el tiempo salir
a conocer. Participaba con su papá de los reclamos de la comunidad. Hubiera
sido un dirigente”, aporta Pablo Denardi.
Son los olvidados de la
tierra. Allí donde desaparecen los bosques y abren puertas a la sojización.
Allí donde un niño de 12 años es masacrado a golpes bajo la mirada gélida del
poder. Allí donde la muerte mata temprana y selectivamente a los Qompi por
desnutrición, enfermedades curables o golpizas.
A Imer Ilbercio Flores lo
masacraron en su cuerpecito de niño. A pocos metros se escuchaba la música del
baile. En horas, nomás, actuaría el grupo cuartetero Trulalá y luego, Los
Chaques y Los Continuados con sus cumbias. Los gritos ahogados de Imer no se
escucharon
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